Buscando gatitos traviesos [Privado]

Había encontrado el peliverde en falta, atacar a otro jugador intentando robar las placas, no llevar placa a la vista al atacarle... Eran dos faltas graves, aunque una era comprensible no era justificación para el rubio que le había estado buscando desde que su madre se lo había llevado. Ahora lo había encontrado al seguir al peliazul, sabía que esos dos tendrían algo que ver y había dado en el clavo. Entró al hospital sin dar explicaciones, ya le conocían y no se atrevían a interrumpirle. Esperó a que la visita del peliazul acabase y se escabulló lejos de la vista de este hasta la puerta del jugador de verde cabello. Allí se quedó observando por la ventanilla de la puerta como este se dormía.

No le dejó consiliar del todo el sueño, solo unos pocos minutos después que Sadist saliese de allí, minutos de seguridad para que el azulino se hubiese alejado suficiente para no regresar. Abrió la puerta en silencio y una vez dentro la azotó y giró la pequeña percianita veneciana para que no se viese al interior. Girandose levemente le sonrió con una suave risa - Pero si al fin encuentro al pequeño kitty... Aww estás herido. - se acercó con felicidad en su victima hasta apoyar su mano en el borde de la cama dejando sus garras apretadas contra su vientre sin llegar a lastimarle, solo que sintiese las tres filosas puntas a travez de las sabanas y su ropa. La otra mano le tomó del mentón obligandole a mirarle. - No pareces fiero ahora~ -

El peliazul se había manchado, y curiosamente le invadió una sensación de calma y letargo, como si considerase que su día ya se había terminado, pues su día comenzaba a ser él. Quizás sus sentimientos todavían eran infantiles y cursis, pero era un niño, y como tal comenzaba a ilusionarse y a aferrarse a la calidez que nacía dentro de su pecho, lo que le hacía sonreír como un tonto y enrojecer sus pómulos. Poco a poco, se fue haciendo bolita en la cama y se cubrió con la manta, optando una postura que ayudaría a sus heridas a mejorar. Se le estaba contagiando un nuevo síntoma del romance: La necesidad de ser mejor y de cuidarse un poco más.

Ya se estaba enganchando despacio con el sueño cuando escuchó el sonido de la puerta y eso le forzó a abrir los ojos, quizás el peliazul había olvidado algo pero ... ¿Con tal fuerza? Un estremecimiento de miedo le pasó por la columna y se giró despacio aún estando recostado, sintiendo cómo el metal se apoyaba en su vientre y ahora contemplaba a un ser que jamás en su vida había visto, aunque dichas características (Sobre todo sus armas) ya le daban ciertas pistas de su identidad.- ... Verdugo. -Mencionó en voz baja, eso explicaba su presencia en el sitio. No se movió, a ese hombre realmente le temía, y no podía probar fuerzas con él.- Me estás confundiendo, imbécil. Aquí no es la veterinaria.

El rubio le miraba con copiosidad demencial, sus ojos celestinos se clavaba en los ajenos buscando aquel hermoso temor que quedaba tan trasparente en esa parte del cuerpo. Las garras subieron por el vientre hasta el pecho donde se engancharon en el naipe y jalaron rompiendo la cadena con el filo y el tirón deslizando el naipe hasta sus nudillos. - Si, gatito. Un verdugo ~ ¿Acaso tienes miedo? ¿Crees que me equivoco de persona? Si estás tan seguro de que me equivoco ¿Porque temes? - preguntaba insistente jugando con la chapa entre sus dedos pasando su mirada de este a los ojos ajenos buscando la respuesta en estos.

La sonrisa se ensanchó notablemente acercándose al peliverde, su mano se precipitó contra él tomándole de los cabellos y jalandole para obligarlo a mirarle y su lengua pasó por los labios de este antes de reír contra su rostro - Pero tienes miedo por que sabes que cometiste una falta, ¿No es así? Lo sabes~ Sabes que estabas sin carta, que atacaste a otro jugador sin tener carta a la vista... sabes que intentaste robar una carta. Ahora dime ¿Debo castigarte como si lo hubieses logrado o bajar el castigo por verte frustrado en tu intento? - le habló de manera que le hacía pensar que aquello era enserio, le daba la opción de elegir su propio castigo o al menos la intensidad del mismo.